La Terapia Postural Holística o TPH es el resultado de un viaje personal y de una experiencia de casi 20 años. A la distancia, puedo ver que ha sido un rompecabezas que ha llevado todo ese tiempo armar y que no podría haber sido de otra forma.
En la superficie, en su piel, por así decir, TPH consiste principalmente en una serie de ejercicios de estiramiento de las cadenas musculares y miofasciales, acompañados por un trabajo sobre la respiración y la consciencia corporal. Este trabajo apunta a desactivar viejos hábitos posturales y de movimiento que producen tensiones y dolores innecesarios y a recuperar de ese modo la flexibilidad. También permite ganar fuerza de un modo más “natural”, es decir, sin esfuerzos excesivos al modo en que ocurre, por ejemplo, en el gimnasio o en sistemas de entrenamiento más agresivos para el cuerpo.
Pero eso es solo el principio: al desactivar estas tensiones, al modificar la postura y el movimiento, al ganar fuerza y equilibrio, el cuerpo recupera un tesoro olvidado: el de ser fuente de sensaciones agradables, de un uso placentero del cuerpo y del movimiento que nos devuelve energía y bienestar en nuestra vida diaria.
A diferencia de otros sistemas de ejercicios y técnicas de reeducación postural, TPH propone ante todo una experiencia del propio cuerpo y de las emociones vinculadas a él. Aunque se basa en principios anatómicos y funcionales (la forma en que el cuerpo se mueve, el funcionamiento de los músculos y tejidos, los límites y posibilidades del movimiento, la física de la postura), lo propio de TPH es el modo en que este funcionamiento del cuerpo se integra en un cuerpo sensible, activo, que tiene una historia, que registra lo que ocurre con él y que reacciona a los modos en que nos vamos sintiendo al ejercitarnos y en nuestra vida cotidiana. El estrés, el sufrimiento, la angustia, pero también la alegría, la motivación y la energía para superar los propios límites influyen en nuestro movimiento y en nuestra postura y son una parte central de TPH.
Esta relación entre cuerpo, movimiento y emociones es de doble vía. El estrés o las distintas formas de malestar emocional dejan huellas en nuestro cuerpo, contraen los músculos, los “acortan”, modifican la postura y reducen nuestra flexibilidad. Todo esto abre paso al dolor físico (por ejemplo en la espalda, el cuello, la cintura…) y como respuesta a ello, el cuerpo se mueve menos y mal, para evitar estos dolores. Al mismo tiempo, una mala postura, un mal uso del cuerpo también influye en la forma en que nos sentimos: limitados, doloridos, con poca energía, aletargados. Nos priva de las posibilidades naturales que el cuerpo nos ofrece para sentirnos mejor.
La experiencia de la práctica con TPH nos muestra que esta doble vía física-emocional es reversible: que trabajando sobre el cuerpo, ayudándolo a corregir su postura y sus movimientos de una forma más acorde a sus necesidades y posibilidades anatómicas es posible también influir positivamente en las emociones y recuperar la sensación de un cuerpo y una mente que pueden estar mejor, que son capaces de superar sus limitaciones y sobre todo, de experimentar la corporalidad como placer y no solo como dolor o como carga. Cuerpo y mente son dos caras de la misma moneda: no hay bienestar de uno sin el del otro, y necesitan estar en equilibrio. A partir de allí, nuevas posibilidades se abren, nuevos caminos que cada persona recorrerá según sus deseos o necesidades, pero ya no limitados por el dolor de un cuerpo rígido, apagado, artificialmente limitado por nuestros malos hábitos y nuestra mala postura.
TPH trabaja con el cuerpo pero no lo entiende como un cuerpo máquina, que se entrena aisladamente en sus diferentes partes sino como una superficie sensorial que registra y reacciona a lo que le ocurre. Con la práctica de TPH, el cuerpo aprende a estar atento a lo que siente, ya sean las tensiones producto del estrés, ya sean contracturas producto del movimiento o la postura, o, por el contrario, a las sensaciones agradables del movimiento, a lo que le hace bien. En este sentido, TPH no propone ejercicios extenuantes ni muy intensos. Si bien suponen un desafío en la medida en que proponen desarmar los patrones habituales del movimiento y la postura, el trabajo es progresivo y siempre desde el movimiento placentero.
Así, TPH trabaja simultáneamente con el cuerpo y con las emociones. De allí el nombre un tanto extraño, pero, a la distancia, muy apropiado de “holística” (del griego holos = totalidad). El instructor de TPH no solo está preparado para enseñar los ejercicios, corregir los movimientos y las posturas sino también para observar qué sensaciones reflejan los cuerpos de los y las practicantes. Su práctica y su saber son, por decirlo de alguna manera, fluidos. No se trata de repetir de memoria un manual de instrucciones, ni siquiera este, sino de saber estar en el momento con el/la practicante de TPH, adaptarse a sus momentos, a sus posibilidades y a lo que él o ella nos devuelven.
Nacho Monti