Dolor de espalda. Por qué necesitamos reaprender a usar nuestro cuerpo.
Por: Ignacio Monti
1 mayo, 2020

El dolor de espalda y la mala educación del cuerpo

Aunque pueda parecer un problema menor al lado de otros problemas de salud, el dolor de espalda o lumbar es una condición que afecta seriamente nuestras posibilidades de vivir una vida plena y activa. Esto puede ocurrir de diversas formas, desde no poder practicar un deporte que nos gusta, hasta sentir dolor cada vez que cargamos las bolsas de supermercado o nos agachamos a jugar con hijos, sobrinos o nietos. En los casos más serios, puede ser también causa de discapacidad severa.


El dolor de espalda es tan común que hemos llegado a naturalizarlo, a verlo como un hito casi obligatorio de la vida, asociado con la enfermedad o el envejecimiento. En nuestro país se estima que hasta el 80% de la población va a sufrir este problema en algún momento de la vida, y es una de las principales causas de consulta con el médico. Sin embargo, las
estadísticas muestran que, en la mayoría de los casos, no se debe a una enfermedad subyacente ni está asociada necesariamente con el envejecimiento, sino que es el resultado de toda una historia de “mal uso” de nuestro cuerpo que comienza en la infancia y no se detiene en la edad adulta.. Nuestra forma de caminar, de cargar la mochila, de desparramarnos en el sillón o de pasar horas encorvados frente al monitor, de inclinarlos hacia el volante del auto, e incluso nuestra forma de hacer ejercicio, preparan al cuerpo, lenta pero sostenidamente, para las molestias y el dolor en la zona lumbar. Lo mismo sucede, y cada vez más, con las cervicales, que sufren la postura que adopta nuestro cuello al mirar durante horas la pantalla del celular. Son años y años de tensiones innecesarias, de sobrecargas y malas posturas. Años de limitar nuestros movimientos y el disfrute de nuestro cuerpo.


Pero si el dolor es el resultado de un mal aprendizaje, de una “mala educación corporal”, ¿estamos a tiempo de cambiarlo? ¿Podemos aprender a usar el cuerpo de una manera más “natural” y libre?

Recortar el movimiento, un camino hacia el dolor

Cuando nos encorvamos frente a la computadora, cuando nos inclinamos para levantar una caja o cuando hacemos pesas en el gimnasio le estamos dando al cuerpo la información sobre cómo (y hasta dónde) moverse. El resultado es un cuerpo con músculos “acortados”, rígidos, con poca movilidad y propensos a las contracturas. Cuando los músculos se retraen, los nervios pueden quedar en cierta forma “atrapados”, lo que provoca esos pinchazos tan agudos que nos dicen “hasta acá te movés”. Con el tiempo, aprendemos a convivir con el dolor y a aceptar los límites que nos pone. Claro que esto solo empeora las cosas: menos nos movemos, más rígido se vuelve nuestro cuerpo, más se acortan los movimientos…y más dolor sentimos.

El componente emocional

Sumemos a esto un factor que no suele tenerse en cuenta pero que es crucial: las emociones. Nuestro cuerpo no solo es un cuerpo físico, sino también emocional. En él se depositan las tensiones y emociones, tanto positivas como negativas, de nuestra vida diaria.
Cuando una persona está deprimida o estresada, su cuerpo lo expresa a través de posturas y movimientos que son más bien pasivos, pesados, rígidos. Hasta los rasgos de su cara cambian. Se mueve encorvado, tensando el cuello, la cabeza gacha, los hombros hacia arriba. Es probable que esa persona no quiera saber nada con el movimiento, y que, de a poco, su vida se vuelva más sedentaria, lo que refuerza el círculo de poco movimiento, rigidez y retracción muscular. El sedentarismo, a su vez, priva al cuerpo de la liberación de endorfinas u hormonas del bienestar, que podrían ayudarlo a mejorar el estado de ánimo.
Por el contrario,, cuando una persona se siente segura, con confianza, camina más “derecho”, la cabeza en alto, el pecho inflado…su postura, su cuerpo y su actitud cambian.
Otro ejemplo: cuando pasamos por un período de estrés nuestro cuerpo se entera antes que nuestro cerebro: se forman los famosos “nudos” en la zona de los hombros y cuello, la espalda se pone dura como una piedra, aparecen las contracturas, y el cansancio nos invade. En vacaciones, todo es distinto: más relajados, más livianos, aparece el deseo de
moverse y de “hacer algo” con el cuerpo. Estos son algunos ejemplos cotidianos, bastante obvios, de la manera en que las emociones afectan nuestra forma de movernos y de sentir el cuerpo, pero hay muchos más.
Hasta tal punto las emociones intervienen en el dolor de espalda que la Organización Mundial de la Salud incluye entre las recomendaciones para su tratamiento a la terapia psicológica y a algunas terapias complementarias de control del estrés (masajes, tai chi, yoga, mindfulness), por encima de la prescripción de medicamentos.

El gimnasio no es la respuesta

Una recomendación muy habitual y bien intencionada ante el dolor lumbar es la de “fortalecer la espalda” mediante el ejercicio. Aunque en teoría esto está muy bien, no cualquier ejercicio es recomendable. Es más, muchos, incluso los más populares, terminan siendo contraproducentes.
Los ejercicios tradicionales que suelen proponerse en los gimnasios trabajan el cuerpo como partes aisladas, sin relación entre sí. En una estación trabajás bíceps, en otra pectorales, en otra más cuádriceps… Se ejercitan distintos grupos de músculos para ganar fuerza o tonicidad, pero sin atender a la forma en que ese ejercicio afecta a otras zonas del cuerpo. Hoy sabemos que los músculos forman “cadenas” que están interconectadas y que lo que hagamos con una parte de nuestro cuerpo repercute en otras. Por eso a veces un dolor de cabeza tiene que ver con, por ejemplo, un esfuerzo que hicimos con los músculos de la espalda, o una molestia en la cintura puede explicarse por el acortamiento de los
músculos de las piernas y glúteos.
Además, los ejercicios tradicionales del gimnasio, incluyendo el entrenamiento funcional y variantes más intensas como el cross-fit, actúan acortando los músculos, acercándolos entre sí, como cuando traemos una mancuerna hacia la zona de hombros para ejercitar los bíceps, o cuando hacemos los típicos abdominales “bolita”. En este tipo de ejercicios vamos “cerrando” nuestros músculos, recortando sus movimientos. El resultado son patrones rígidos y esforzados de movimiento que no cambian la forma de usar el cuerpo y por lo tanto, no superan la resistencia de años de malas posturas. Eso explica, por ejemplo, la forma tan particular de moverse de los fisicoculturistas.
Por otro lado, para las personas que vienen con dolores o problemas posturales, el gimnasio resulta una experiencia dolorosa, que no desarma los viejos vicios sino que los acentúa.
Cuando las personas sienten dolor se mueven menos, se mueven mal o abandonan directamente la actividad física. El resultado es más rigidez, más dolor y más limitaciones.
Lo que deberíamos buscar no es acortar o “acercar” los músculos sino extenderlos, hacerlos más libres y flexibles en su movimiento.

Un camino posible: reaprender el movimiento

Para romper este círculo vicioso necesitamos primero desaprender los malos movimientos que producen dolor y acortan los músculos y, luego, aprender nuevas posibilidades que nos permitan registrar otras sensaciones.
Se trata, entonces, de despojarnos de viejos hábitos muy arraigados. Para eso necesitamos realizar un trabajo, acompañado por profesionales, que nos permita ir corrigiendo la postura y ganando extensión en nuestros movimientos. Un trabajo corporal que no produzca dolor y que permita ir generando sensaciones agradables y positivas tanto a nivel físico como
emocional.
En los últimos tiempos han comenzado a surgir otras propuestas de movimiento que, a diferencia de lo que ocurre en el gimnasio, no trabajan sobre la musculatura “profunda” sino sobre las llamadas fascias, un tejido de terminales nerviosas sensibles que recubre los músculos y órganos y conecta todo nuestro cuerpo. Al trabajar sobre las fascias, los ejercicios se vuelven menos esforzados, y el cuerpo comienza a adaptarse a otras posibilidades. Las fascias son más flexibles que los músculos profundos, y tienen más “plasticidad”, es decir, pueden reactivarse, ganar extensión aun con años y años de acortamiento y malos tratos de nuestra parte. El objetivo de este trabajo es que el cuerpo re-aprenda lo que nunca debió haber olvidado: un movimiento más natural, sano, y sensible.
Una de estas propuestas es la Terapia Postural Holística (TPH). A través de ejercicios que combinan la respiración con el estiramiento y posturas que permiten trabajar distintas partes del cuerpo simultáneamente y sin dolor, vamos acompañando al cuerpo en su “reeducación”. El objetivo es lograr una postura más cómoda, sin esfuerzos excesivos o
inconvenientes. Se trata de aprender a usar mejor el cuerpo para reducir tensiones y dolores y prevenir lesiones habituales vinculadas con la actividad física y la vida cotidiana.
La Terapia Postural Holística propone abordar al cuerpo no solo como una realidad mecánica, como un conjunto de músculos, huesos y articulaciones que tienen que realizar una función, al modo de robots programados para moverse de determinadas maneras, sino sobre todo como un tejido sensible que puede reeducarse y readaptarse para ganar fluidez.
Sensible significa aquí no solo capaz de registrar el dolor de posturas incorrectas sino también capaz de registrar nuevas sensaciones y emociones, capaz de desprenderse de esa capa de sentimientos negativos que el estrés y la angustia dejan en el cuerpo como si se tratara de una segunda piel. Se trata, no solo de recuperar el movimiento sino las buenas sensaciones que vienen asociadas a él.

Un cambio de paradigma: cambiar la forma de usar el cuerpo

A través del trabajo de “desaprender” y “reeducar” el objetivo es que las personas ganen confianza, pierdan miedo al dolor y tengan ganas de seguir explorando con su cuerpo. En muchos casos, este trabajo es solo la puerta de entrada a otras actividades que proponen un nuevo uso del cuerpo, como el baile, yoga u otros. De esta manera, cuerpo y mente, salud
y bienestar encuentran un espacio común.
El trabajo sobre las fascias, que entiende al cuerpo como una totalidad interconectada, por un lado, y por otro, la atención a la influencia de las emociones en el cuerpo y la postura, apuntan a un cambio de paradigma. Un abordaje holístico que toma al cuerpo y a las emociones como una totalidad y para el que el dolor de espalda u otros dolores asociados a la postura y al mal uso del cuerpo es el resultado de una historia que se puede cambiar. Un nuevo paradigma, en definitiva, que invita a cambiar nuestro viejo cuerpo mecánico y acortado por un “modelo nuevo”, más natural, sano y fuente de sensaciones agradables a cualquier edad.

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