El dolor es una experiencia compleja que no solo involucra tejidos dañados o inflamados, sino que también está profundamente relacionada con el sistema nervioso central y las emociones. Comprender esta relación nos ayuda a abordar el dolor de manera más holística y efectiva, evitando que se convierta en una carga crónica que altere la calidad de vida.
El sistema nervioso y su papel en el dolor
El sistema nervioso central (SNC) es el encargado de procesar las señales de dolor provenientes del cuerpo. Cuando sufrimos una lesión o una irritación en los tejidos, los nervios periféricos envían señales al cerebro a través de la médula espinal. El cerebro interpreta estas señales y genera la percepción del dolor como una forma de advertencia para protegernos de posibles daños mayores.
Sin embargo, el dolor no es solo una cuestión mecánica o química; también está influenciado por factores psicológicos y emocionales. El estrés, la ansiedad y la depresión pueden amplificar la percepción del dolor, haciendo que sea más intenso y persistente de lo que realmente debería ser.
De lo agudo a lo crónico: el impacto del tiempo
El dolor agudo es aquel que aparece de forma repentina y suele durar un período corto de tiempo. Su función es protectora y adaptativa, permitiéndonos reaccionar ante lesiones o agresiones externas. Sin embargo, cuando el dolor persiste más allá de su función inicial de alerta, puede convertirse en un problema crónico.
El dolor crónico se instala cuando el sistema nervioso mantiene una respuesta de dolor incluso después de que la lesión original haya sanado. En estos casos, las neuronas se sensibilizan y comienzan a reaccionar de manera exagerada ante estímulos mínimos. Esto no solo afecta la calidad de vida de la persona, sino que también altera su postura y patrones de movimiento.
Sobreadaptación y cambios posturales
Para evitar pasar por las zonas dolorosas, el cuerpo comienza a desarrollar mecanismos de compensación. Esto implica modificar la postura, redistribuir los apoyos y alterar la forma en que nos movemos. Aunque estas adaptaciones pueden ser útiles a corto plazo, con el tiempo generan patrones de movimiento menos naturales y sobrecarga en otras áreas del cuerpo.
Este proceso de sobreadaptación puede generar desequilibrios musculares, restricciones en la movilidad y un aumento del estrés en las articulaciones. La persona puede encontrarse atrapada en un círculo vicioso donde la postura alterada perpetúa el dolor, y el dolor refuerza la postura alterada.
La influencia de las emociones en el dolor
Las emociones juegan un papel crucial en la percepción y gestión del dolor. Estados emocionales menos agradables pueden aumentar la tensión muscular y la activación del sistema nervioso simpático, intensificando la sensación de malestar. Por otro lado, el miedo al dolor puede llevar a evitar ciertos movimientos, lo que refuerza aún más los patrones compensatorios y la inmovilidad.
Abordar el dolor desde una perspectiva holística implica no solo trabajar en la biomecánica del cuerpo, sino también en la regulación emocional y en la conciencia corporal.
Conclusión
El dolor corporal no es solo una respuesta física a una lesión, sino una experiencia compleja influenciada por el sistema nervioso y las emociones. Cuando el dolor se cronifica, el cuerpo adopta patrones de compensación que pueden generar nuevas tensiones y malestares. Para abordar eficazmente el dolor, es fundamental considerar un enfoque holístico que integre el trabajo postural, la liberación emocional y la reeducación del sistema nervioso. Este proceso forma parte del camino de conocernos y reconocer los mensajes que nuestro cuerpo nos va dando. Tener espacios de conexión y escucharnos es el primer paso. Solo así podremos recuperar un movimiento más natural y libre de limitaciones.
Nacho Monti
Creador y director de Terapia Postural Holística