La ira y el cuerpo: cómo aprender a gestionar nuestros registros emocionales
Por: Ignacio Monti
11 febrero, 2025

La ira es una de las emociones más intensas y viscerales que podemos experimentar. Nos sacude, nos agita, nos acelera. Muchas veces, la sentimos como un fuego que arde en el pecho, como una presión en la garganta o como una tensión en los músculos. No es solo una reacción mental, sino también una experiencia profundamente corporal.

Thich Nhat Hanh, maestro zen y referente del mindfulness, nos invita a ver la ira no como un enemigo, sino como una energía que puede ser transformada si aprendemos a reconocerla y a gestionarla de manera consciente. Pero, ¿qué pasa cuando no la escuchamos? ¿Dónde se queda la ira cuando no la expresamos o no sabemos qué hacer con ella?

La ira deja huella en el cuerpo

Las emociones no se quedan en la mente; tienen un impacto físico y modifican la forma en que habitamos nuestro cuerpo. La ira contenida o mal gestionada se manifiesta de muchas formas: tensión en la mandíbula, rigidez en los hombros, opresión en el pecho, respiración entrecortada, dolores de cabeza o presión en la zona lumbar. Son registros corporales que nos hablan de lo que sentimos, incluso cuando no somos plenamente conscientes de ello.

El problema es que muchas veces ignoramos estas señales. Aprendemos a vivir con la tensión como si fuera parte de nuestra normalidad. Nos acostumbramos a la rigidez en la espalda, al nudo en la garganta o a la sensación de pesadez en el pecho sin preguntarnos qué nos están queriendo decir.

De la reacción al reconocimiento: el primer paso para gestionar la ira

El primer paso para gestionar la ira de una manera más sana es reconocerla. En lugar de reaccionar automáticamente o de reprimirla, podemos aprender a observarla con curiosidad:

  • ¿Dónde siento la ira en mi cuerpo?
  • ¿Cómo cambia mi respiración cuando estoy enojado/a?
  • ¿Qué partes de mi cuerpo se tensan o se bloquean?

Tomarnos un momento para hacer este escaneo corporal nos permite darnos cuenta de cómo la ira se manifiesta físicamente. Y una vez que la identificamos, podemos empezar a trabajar con ella de una manera más consciente.

Herramientas para liberar y transformar la ira

Cuando la ira se acumula en el cuerpo, necesitamos darle un canal de salida. No se trata de negarla ni de dejar que nos consuma, sino de aprender a expresarla de una forma que no nos haga daño ni a nosotros ni a los demás. Algunas herramientas clave para este proceso son:

🔹 Respirar conscientemente: La respiración es el puente entre la emoción y la calma. Cuando sientas ira, intenta respirar profundo, llevando el aire al abdomen y soltándolo lentamente. Esto ayuda a relajar el sistema nervioso y a evitar que la emoción se desborde.

🔹 Movimiento y liberación corporal: El cuerpo necesita moverse para liberar la tensión acumulada. Estiramientos suaves, ejercicios de movilidad, caminar o incluso sacudir las manos y los hombros pueden ayudar a soltar la rigidez provocada por la ira.

🔹 Escucha y expresión consciente: Hablar de lo que sentimos, escribir o incluso hacer sonidos guturales pueden ser formas de dar salida a la ira sin que se quede atrapada en el cuerpo.

🔹 Conexión con el presente: La práctica de TPH y mindfulness nos ayuda a estar presentes con la emoción sin dejarnos arrastrar por ella. Observar la ira como una ola que viene y va nos permite no identificarnos completamente con ella.

Aprender a habitar el cuerpo sin tensión

La ira no es algo que debamos eliminar, sino comprender. Es una emoción que nos informa que algo nos afecta, nos hiere o nos frustra. Pero si no la gestionamos adecuadamente, puede convertirse en un peso que cargamos sin darnos cuenta.

A través del reconocimiento, la respiración, el movimiento y la expresión consciente, podemos aprender a transformar la ira en algo más liviano, más manejable. Podemos habitar nuestro cuerpo con menos tensión y más presencia, permitiéndonos experimentar la vida con mayor equilibrio y bienestar.

La próxima vez que sientas ira, en lugar de reaccionar de inmediato o de reprimirla, prueba hacer una pausa. Respira. Observa tu cuerpo. Date el espacio para escuchar lo que esa emoción quiere decirte. Tal vez ahí, en ese pequeño instante de consciencia, encuentres una nueva manera de relacionarte con ella.

Nacho Monti

Creador y director de Terapia Postural Holística

Texto creado con ayuda de IA

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