Vivimos en una sociedad que glorifica la productividad y la resistencia. Nos hemos acostumbrado tanto a sobreadaptarnos al cansancio que hemos desplazado nuestros niveles de tolerancia hasta límites insospechados. Ya no detectamos ni registramos las señales que nuestro cuerpo nos envía para advertirnos de que algo no está bien. Simplemente seguimos adelante, como si el agotamiento fuera un obstáculo menor que se puede sortear con un café por la mañana y un ansiolítico por la noche.
Esta contradicción se ha vuelto parte de nuestra rutina diaria: tomamos estimulantes para mantenernos despiertos y luego recurrimos a sustancias para poder dormir. En este proceso, silenciamos todos los mensajes que nuestro cuerpo nos intenta comunicar. Pero, ¿qué ocurre cuando ignoramos estas advertencias durante demasiado tiempo? La respuesta es sencilla: el cuerpo, tarde o temprano, colapsa.
La Sociedad del Cansancio y la Exigencia Permanente
Byung-Chul Han, en su libro La sociedad del cansancio, expone cómo el mundo contemporáneo nos ha llevado a convertirnos en autoexplotadores. No hay un jefe externo que nos obligue a trabajar sin descanso; somos nosotros mismos los que nos imponemos ritmos insostenibles. La exigencia es interna, y el cuerpo, fiel y obediente, se adapta a esas demandas hasta que ya no puede más. Pero cuando los avisos del agotamiento se vuelven demasiado intensos, en lugar de escucharlos, los silenciamos con analgésicos, antiinflamatorios y otras estrategias para seguir adelante.
Esta cultura del esfuerzo desmedido nos ha alejado de la capacidad de descansar de manera natural. Ya no nos permitimos pausas sin sentir culpa. La hiperproductividad nos ha robado la posibilidad de conectar con nuestras propias necesidades. Y así, nuestra percepción del cansancio se distorsiona hasta el punto en que solo nos damos cuenta cuando es demasiado tarde.
El Cuerpo No Es una Máquina
A diferencia de una máquina, nuestro cuerpo no tiene piezas de repuesto. Si a un auto se le rompe una pieza, podemos reemplazarla o, si es necesario, cambiar el vehículo por completo. Con nuestro cuerpo, esto no es posible. No podemos simplemente sustituirlo cuando se desgasta. Sin embargo, seguimos tratándolo como si fuera un recurso ilimitado.
El problema es que las consecuencias de esta mentalidad no son inmediatas. Nos acostumbramos a ignorar el cansancio, a adormecer o acallar el dolor con medicamentos y a seguir adelante sin cuestionarnos. Pero con el tiempo, los efectos se acumulan: enfermedades crónicas, trastornos del sueño, ansiedad, depresión, los dolores corporales y hasta lesiones invalidantes, y un agotamiento que no se alivia con un fin de semana de descanso.
Reflexión Final: El Valor del Cuidado Diario
Entonces, ¿qué nos impide atender y cuidar nuestro cuerpo? Paradójicamente, no se trata de una tarea titánica. No necesitamos hacer cambios drásticos de un día para otro. Basta con incorporar pequeños hábitos de autocuidado de manera constante.
Las grandes transformaciones no ocurren de inmediato, sino con constancia y dedicación. Cuidar nuestro cuerpo no es un sacrificio, sino una inversión en nuestro bienestar. Y cuando lo hacemos, descubrimos que la vida se disfruta mucho más.
Podemos empezar con acciones sencillas: mejorar nuestra higiene del sueño, establecer horarios de descanso, darnos permiso para pausar, aprender a decir no a la sobrecarga de actividades y, sobre todo, reconectar con nuestro cuerpo. Escuchar sus señales es el primer paso para evitar que llegue al límite. Porque si bien el cuerpo es resistente, también tiene un límite. Y nuestra tarea es cuidarlo antes de que sea demasiado tarde.
Nacho Monti
Creador y director de Terapia Postural Holística