
“TODOS VAMOS ENVEJECIENDO EN ESTE PROCESO DE LA VIDA”
Todos los prejuicios y mitos que rodean al envejecimiento (sinónimo de enfermedad, fragilidad, soledad, imposibilidad de establecer nuevos aprendizajes, desinterés sexual, alejamiento laboral, entre otros), construyen una imagen en la sociedad que no es congruente con la realidad de cada persona. El envejecimiento no es un sinónimo de derrumbe, sino una posibilidad privilegiada para el desarrollo de nuevos aprendizajes, para transformar la realidad y para compartir sus sabidurías.
Los prejuicios sobre la vejez son adquiridos durante la infancia y luego se van asentando y racionalizando durante el resto de la vida.Generalmente son el resultado de identificaciones primitivas con las conductas de personas significativas del entorno familiar y, por lo tanto, no forman parte de un pensamiento racional adecuado, sino que se limita a una respuesta emocional. Busse (1980) intenta explicar el origen del prejuicio hacia los viejos diciendo que en cierto momento durante los años de formación educativa, los niños observan que la vejez va asociada con declinación mental y física. La persona en desarrollo ve estos cambios e inconscientemente rechaza tanto al proceso de envejecimiento como a las personas portadoras de él.
La vejez es una etapa de la vida conflictiva, no solo para el que la transita, sino también para aquellos que enfrentan desde sus roles profesionales, vínculos familiares y sociales; y este conflicto es muy individual dependiendo de la historia personal de cada uno, las experiencias, fantasías, represiones, y sobre la elección de cuál es la mejor manera de transitarla. Al repasar literatura geriátrica, observar trabajos de profesionales y escuchar las reflexiones familiares se advierten dos modelos prevalentes de abordar el envejecimiento y ambas se contraponen.
Uno de ellos se basa en la teoría de DESAPEGO, la cual le asigna a la persona que transita el proceso de envejecimiento una reducción del interés vital por las actividades y objetos que lo rodean, lo cual va generando un sistemático apartamiento de toda interacción social, con menos compromiso emocional en la vida de los demás y más centradas en sus propios problemas. Este modelo favorece el apartamiento prgresivo del sujeto de sus actividades e inclina a adoptar una política de segregación o de indiferencia que desvaloriza la riqueza de la vejez.
En contraposición nos encontramos frente a un modelo del apego, basado en la teoría de la ACTIVIDAD (Maddox 1973), en donde la persona, en su proceso de envejecimiento, debe permanecer activo tanto tiempo como sea posible, entendiendo que cuando ciertas actividades no sean posibles de realizar buscar alternativas de sustitución para continuar aprendiendo y desarrollándose. Este modelo se encuadra en el paradigma actual del envejecimiento, motivando y estimulando a la persona a involucrarse en oportunidades interdisciplinarias para que pueda sostener o retomar un trabajo de desarrollo de las esferas psíquica, emocional, corporal y social.
Una evolución hacia un envejecer en plenitud nos lleva a situarnos en un modelo basado en la actividad” poniendo énfasis en las posibilidades de aceptar el paso del tiempo, sobrellevando los achaques y adaptándose a ellos activamente, aprendiendo y disponiéndose a cambiar. Aceptar el ciclo vital al mismo tiempo que se mantiene el espíritu joven. Se trata de compensar pérdidas con ganancias. No todo es pérdida en la vejez: las mismas limitaciones hacen que se pueda disfrutar de cosas que no se podía o no se sabía disfrutar en etapas anteriores, lo cual supone que la aceptación de faltas y ausencias promueve la recarga de nuevos objetos. Es un trabajo de observación activa del presente, un trabajo de enlazar pasado, presente y futuro, de reescribir la propia historia, resignificándola a partir de un presente que, a fuerza de menos trabajos -productivos y reproductivos- y de menor energía física para realizarlos, resulta favorecido en tanto es trabajo psíquico y cuyo producto es la renovación incesante del campo representacional.
Es importante participar de espacios en donde las personas, ya desde la mediana edad y en distintos estadios del envejecimiento, puedan reflexionar, concientizarse e intercambiar acerca de cómo estas cuestiones los atraviesan.
BIBLIOGRAFIA
Graciela Zarebski: Hacia un buen envejecer. Ed. EMECE, 1999
Salvarezza L.: Psicogeriatría. Teoría y clínica. Ed. Paidós, Bs.
As. 1988.